Si estás preocupado porque tu hijo de dos años o tu preadolescente de once años muestra conductas agresivas, entonces tal vez esta información te sirva.
Hay dos etapas en la vida en las cuales es absolutamente normal que aparezca alguna forma de agresividad: entre los dos y los cuatro años de edad, presentandose de manera más fuerte en el período que va de los dos años y medio a los tres años y medio, y el segundo periodo es en la pre-adolescencia que generalmente coincide con el sexto año escolar, o sea entre los once y los doce años de edad.
En este período de la vida es muy difícil aceptar que el mundo sea “resistente”, o sea “que las cosas no sean como yo quiero que sean o bien en el momento que yo lo quiero”. Y es que a esta edad los niños tienen muy baja (o casi nula) tolerancia a las frustraciones entonces se enojan cada vez que las cosas les ofrecen la más mínima dificultad. Los niños no “toleran” que las cosas no sean como las desean. Y como a esta edad no hay un manejo del lenguaje tan amplio como para que sea la herramienta fundamental de comunicación, los niños manifiestan el enojo pasando al acto, o sea, pegando, mordiendo, arañando, etc.
Algunos ejemplos de situaciones por las que el niño puede frustrarse y entonces pegar o patear el piso, tanto en el contexto del colegio, como en el del hogar, pueden ser: el juguete que desea lo tiene otro niño, la mamá o el papá no le entendieron lo que dijo, la torre que construyó se le desarmó, el lápiz no pinta, quiere salir y nadie puede llevarlo,etc.
¿QUÉ ACTITUD DEBEMOS TOMAR?
Ante todo no alarmarse sino que entender este comportamiento como parte necesaria del proceso de crecimiento y parte fundamental del proceso de socialización.
Además de mantener una actitud calmada hay que ayudar a nuestro peque a poner palabras a lo que le pasa. En todas las situaciones podemos nosotros decir lo que nuestro hijo no puede, por ejemplo
“estás enojado, ¿verdad?”, “te enoja que la torre que construiste se haya caído” demostrándole que lo entendemos y poniéndole un espejo para que él mismo, empiece a comprender que ese malestar que siente se llama enojo. Al mismo tiempo debemos “normalizarle” ese sentimiento para así habilitárselo, hacerlo entender que es normal y que existen otras formas de sentirlo diciendo por ejemplo, “yo también a veces me enojo o me pongo triste”.
Por último es conveniente que le enseñemos que se puede reaccionar diferente cuando algo sale mal y esto lo hacemos simplemente mostrándoselo. Tomando los ejemplos anteriores, podemos ayudarle a armar la torre de nuevo o decirle:”¿me lo puedes repetir?”. De ésta forma le estaremos enseñando al niño formas alternativas de reaccionar y así, de a poco, a tolerar mejor las frustraciones.
Lo esperable es que después de los cuatro años, junto con el desarrollo del lenguaje, “el pegar” sea una actitud poco frecuente o ausente en el comportamiento de nuestro hijo, que la educación emocional le sirva para conocer y manejar sus emociones y que el lenguaje se convierta en LA HERRAMIENTA para comunicar emociones.
Por último es conveniente que le enseñemos que se puede reaccionar diferente cuando algo sale mal y esto lo hacemos simplemente mostrándoselo. Tomando los ejemplos anteriores, podemos ayudarle a armar la torre de nuevo o decirle:”¿me lo puedes repetir?”. De ésta forma le estaremos enseñando al niño formas alternativas de reaccionar y así, de a poco, a tolerar mejor las frustraciones.
Lo esperable es que después de los cuatro años, junto con el desarrollo del lenguaje, “el pegar” sea una actitud poco frecuente o ausente en el comportamiento de nuestro hijo, que la educación emocional le sirva para conocer y manejar sus emociones y que el lenguaje se convierta en LA HERRAMIENTA para comunicar emociones.
¿QUÉ ACTITUD NO TOMAR?
Enojarse junto con el niño, gritar mientras él grita, frustrarnos los adultos también, porque el niño no responde como nosotros quisiéramos. Si actuamos así no le enseñamos a nuestro niño formas alternativas de comportamiento, sino que le enseñamos que la violencia es la única posibilidad.
Si no lográramos esto, porque somos seres humanos que no siempre podemos controlarnos, lo más conveniente es retirarnos unos segundos del lugar donde esté el niño, para respirar hondo e intentar calmarnos, volver y probar hacerlo mejor.
Pero bueno si a los cuatro años ya aprendió a expresar sus emociones, ya tiene el lenguaje suficiente y ya le enseñamos a tolerar la frustración entonces...
A esta edad hay un renacer de la agresividad porque el preadolescente está viviendo transformaciones cognitivas y fisiológicas que no sabe cómo manejar. Algunos de los cambios más significativos y que todos conocemos son: su cuerpo crece desproporcionadamente, siente cosas por las chicas o por los chicos que le son nuevas, a veces se siente un niñito y a veces se siente muy grande, entre tantos otros.
¿CÓMO DEBEMOS REACCIONAR?
Básicamente muy parecido a lo que hicimos con el niño pequeño.
No alarmarnos; poner en palabras las emociones nuevas; demostrar que comprendemos; normalizar y mostrar alternativas.
Cuando un niño muestra agresividad en otros momentos de la infancia hay que revisar el contexto para ver que está sucediendo.
Es esperable que los niños reaccionen con agresividad o con irritabilidad en momentos de cambio (mudanzas de casa o de escuela, separación de los padres, muerte de un familiar, incorporación de un miembro nuevo a la casa, nacimiento de un hermano, ausencia prolongada de alguien con quién el niño estaba en contacto frecuente, etc).
Si la agresividad del niño no coincide con las edades esperables para este comportamiento ni con situaciones de cambio es conveniente consultar a un profesional que nos pueda aclarar la situación y orientar para resolverla.
Karla Piccardo
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