Existen palabras, formas de decir las cosas y maneras de hablar que duelen, que hieren, que enferman y que impactan de manera negativa en el desarrollo de nuestros hijos, muchas veces no somos conscientes de nuestras palabras, del tono que en ellas usamos o de la expresión que tenemos al hablar y la verdad es que deberíamos serlo porque existen maneras de hablarle a nuestros hijos, según su edad, según lo que estemos diciendo, según lo que queremos transmitir y porque no, según cuanto de nuestro mensaje queremos que se grabe en nuestros peques. Es que de verdad existen palabras que apoyan su desarrollo y su integridad y otras que los destruyen.
Esas frases recurrentes cuando nos enfadamos esas como "eres tan tonto" "pero como tan pavo" "eres tan desordenado" "tan flojo" etc, son ya frases de las que hemos hablado y hemos explicado lo mucho que dañan el la escencia del niño, pero hoy quiero hablarles además de como el tono y la manera de comunicarnos también puede dañar o ayudar a nuestros hijos. “anda, abrigate”, es una frase “neutral”, pero si constantemente hablo en ese tono, aunque no sea gritando, pero con un tono seco, duro, lineal, entonces también le hago daño a mis hijos.
Tanto los gritos como el hablar de manera agresiva es nocivo incluso desde el punto de vista fisiológico: En la primer infancia el pulmón aún está aprendiendo a respirar, contantes “sustos” provocados por el grito adulto, crean una contracción y parada respiratoria, que a largo plazo darán un patrón respiratorio y un funcionamiento del pulmón más débil.
Es muy importante responsabilizarnos de nuestra manera de hablar, tanto respecto a las palabras que usamos como al tono y entonación que usamos en nuestras palabras. Existe una enorme falta de conciencia respecto a ese “tono subliminal” que emitimos al hablar. Se tiene poca conciencia respecto a que si nuestro tono es duro y siempre emite una energía de "estar enojados", o si por el contrario es demasiado blando y “sin autoridad” nuestro NO, tiene poca consistencia.
Muchas veces me he topado con mamás que cuentan hasta cinco, luego cuando resulta no ser un medio eficaz , gritan otros cinco y bueno son gritos un poquito histéricos.
Encontrar el equilibrio, lograr hablar con claridad, pero de manera asertiva, con seguridad, presencia y energía, pero sin agresividad, es todo un reto.
Prueben decir ¡Anda, abrigate!, con tono lineal pero ascendente, lleno de entusiasmo.
También debemos aprender a hablar con un tono cálido, envolvente, redondo, que no se nos haga “cursi”, que no sea ni el truco del canto, ni el truco de la vocecita ñoña, infantiloide, con la que muchas mamás y educadores se dirigen a los niños. Los niños quieren escuchar personas de verdad, auténticas, verdaderas y con control y conciencia de sí mismas, -que esto no se contradice-. SI tengo un tono de voz amplio y profundo, en el diálogo directo con los niños puedo dirigirme desde esta voz amplia, que es mi verdadera voz, pero con conciencia del gesto que empleo, procurando que sea cálido y amoroso, o si la situación lo requiere, firme, pero libre de emociones negativas.
Se que lo que les propongo es un gran reto, pero ¿cómo lo hacemos?
Es posible, trabajar estas cosas, la manera de hablar se puede entrenar, en un primer momento se trata sobre todo de ser conscientes respecto a nuestro tono y al tipo de frases que decimos, para desde ahí poder ir corrigiendo. También es básico y muy importante si nuestra voz suena bien, libre de ronqueras y disfonías. Un lenguaje bien articulado y con un tono saludable, también genera una buena disposición de patrones respiratorios y de lenguaje en el niño, ya que por empatía orgánica, sus cuerdas vocales vibran como las nuestras y si nosotros a todos los niveles “vibramos positivo”, ¡más vibración positiva para la vida del niño!.
Hay un consejo sacado de la pedagogía Waldorf que nos puede ayudar para empezar el cambio ya:
"Si has nombrado al niño de manera dura, termina diciendo su nombre, entero, bien dicho y con amor". Así podemos “reparar “ algo del daño hecho. Lamentablemente muchos padres dicen el nombre completo del niño, justamente para regañarlos, relacionando el niño su nombre, su identidad entera, a nivel inconsciente, con algo negativo. Generalmente cuando estamos enojados los padres solemos llamar a nuestros hijos por su nombre completo ¡Javier! Y cuando estamos de “buenas” solemos decirle, ¡Javi!. Desde mi experiencia respecto a la importancia de ser nombrados con nuestro nombre entero, ya que aúna potencialmente nuestros talentos y cualidades innatas, los invito a cuidar la manera en que nombramos a nuestros niños: nombrémoslos aceptando todo su potencial con su nombre entero y hablemosles bonito…
Karla Piccardo
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